Sí. Así es
como verdaderamente se llama este embalse manchego sito en la Mancha
ciudalearreña. Y sigue siendo una maravilla pescar en él por la abundancia de
pesca en sus aguas.
Tío Julio con una royal. Minoritarias en este embalse. |
Esta vez me
acompaña en esta nueva jornada de pesca mi amigo Jose (Tío Julio), pescador
neófito en la pesca de carpas u otros peces con veleta, excepto alguna que
otra, pocas, eso sí, truchas en cotos intensivos. Le preparo una caña de 3,5
metros que el susodicho posee y usa para la trucha, con una veleta de 4 gramos
para que pueda lanzar con comodidad, aunque posteriormente se la cambio por una
de un gramo ante la dificultad que tenía para detectar las picadas debido, en
parte, a la gran cantidad de carpitas –llegué a sacar alguna de apenas 12
centímetros-. Lo asesoro para que pesque a 4 metros de la orilla, asegurándole
que le entrarían a esta distancia. Y así fue, que al poco de echarle unas bolas
de engodo y unos puñados de maíz le empezaron a picar incesantemente, aunque no
era capaz de clavar ni una quinta parte de las picadas que tenía, cosa que en
muchos momentos del día me pasaba a mí también pese a la supuesta mayor
sofisticación e idoneidad de mi equipo para este tipo de pesca: caña
enchufable.
Yo, por mi
parte, cebando a 5 y 11 metros y combinando ambas distancias, voy sacando
carpas pequeñas con la enchufable, a buen ritmo algunas veces, y no tanto en
otras, pero no porque los ciprínidos dejasen de picar, sino por la dificultad
en clavar a los peces, aunque prácticamente todas las picadas las consigo a 11
metros, no llegándose a cebar más cercanas a la orilla, todo lo contrario que
al Tío Julio que, a escasos 4 metros, no para de tener picadas, sacando
bastantes carpas, varias de las cuales superan el kilo y medio de peso.
Así estaba
la cosa, y después de comer, sobre las 15:30, con un sol abrasador, apenas aire
que refrescara el ambiente, con una temperatura que superaba al sol, de largo,
los 40 grados, y después de meternos “pal” cuerpo entre los dos un tortillón de
8 estupendos huevos de corral –puede que récord personal de comer tortilla-,
más ensalada de tomate, pepino y caballa, con más ganas de echarnos una siesta
que de otra cosa… reiniciamos la pesca. Yo empiezo un poco antes, y más por
pereza y falta de fuerzas después de la opípara y pantagruélica comida que por
otra cosa, me pongo a pescar a 5 metros, sucediéndose las picadas
continuamente, con la diferencia sobre el resto de la mañana que todo eran
carpas grandes (uno a dos kilos), pero que me rompían prácticamente todas,
seguramente porque la goma que montaba la caña no era la idónea para sujetar la
potente embestida de estos ciprínidos. Ello me obligó a montar, otra vez en
este embalse, una caña de inglesa con veleta de coup, para así poder pescar con
garantía de éxito a estos fuertes peces. Y así fue, que a base de inglesa y
freno de carrete, en una hora escasa, prácticamente lo que tardaba en sacarlas,
pude cobrar otras 9 ó 10 buenas piezas en forma de carpa común –mayoritaria en
este embalse-. Mientras, el Tío Julio, aunque le tardaron un poco más que a mí,
en este lapso de tiempo ya se había hecho con otras 3 buenas comunes.
Tío Julio en plena faena. |
Pero, como
todo en la vida… lo bueno dura poco, y sobre las 16:30, así, como de la nada,
de golpe y porrazo, de sopetón, apareció por nuestra zona una miríada o avalancha
de pescadores -muchos de ellos poco avezados en el noble arte de la pesca, cosa
que noté, quizá equivocadamente, porque alguno a los percasoles llamaba carpa,
y cuando sacaban una de éstas otros preguntaban si mordían; y juro por todos los dioses del Olimpo que no es cachondeo-. Eran, sin
exagerar, más de una veintena contando niños, jóvenes, mayores, familiares,
agregados, etc… con sus cañas cascabeleras, sus macetas para clavar los pinchos
para sujetar las mismas, sus pisadas y jolgorio típico de una tarde veraniega
de fiesta en familia, vamos una romería en toda regla, que hicieron que los peces abandonaran la cercana orilla
con una celeridad que no se le ha visto ni en sus mejores carreras a Usain
Bolt. El más perjudicado fue el Tío Julio, más cercano a ellos y pescando más
cerca de la orilla que, hasta las 18:45 en que tuvimos que recoger, sólo tuvo 3
ó 4 picadas más, mientras que yo, y ya pescando sólo a 11 metros, donde alguna
carpa quedó comiendo, en algo más de dos horas pude sacar otros 8 ó 9 peces.
Pero, pese a
este pequeño inconveniente, el día, como casi siempre en este pequeño embalse,
habría que calificarlo de excelente. El Tío Julio batió, de largo, su récord de
capturas de carpa en una jornada, el cual estaría sobre las 4 piezas, haciendo
una pescata de 30 carpas, 11 de las cuales superaban holgadamente
el kilo. Yo, por mi parte, pesé 40 kilos
–aunque vuelvo a insistir en lo engorroso de guardar y pesar los peces-,
repartidos en 80 carpas (18 “gordas”), 5 peces-gato y un
gardón.
Lo más
reseñable: ¡la tortilla! Se me
olvidó hacerle una foto. Ya es tarde.
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