Pocas cosas
en la pesca me apasionan más como el clavar un barbo pescando a “veleta corrida” a 80-100 metros de
distancia, donde muchas veces casi ni ves hundirse la veleta, más bien lo
intuyes, o notar cómo simplemente ésta se desplaza suavemente de forma lateral,
algo más usual de lo que muchos suponen, señal inequívoca de que el pez ha
cogido el cebo (últimamente básicamente la ova), he iniciar sin dilación una
lucha frenética de poder a poder, sin apenas ocasión de utilizar el freno del
carrete, para evitar que el barbus barbus alcance algún árbol
o cualquier otro refugio que el río le ofrece para intentar zafarse del
anzuelo, cosa que muchas veces consigue debido a la valentía y tozudez que este
pez siempre demuestra un su enconada lucha por escapar.
Aparte, creo
ser de sobra conocida una popular teoría de pescadores, que en el vídeo que acompaña
esta entrada expongo, además de la pesca de unos cuantos barbos sacados — ¡y
devueltos, cómo siempre debe hacerse!—ese día, según la cual los peces
de agua dulce, en general, se activan en las jornadas previas a cuando prevén
la llegada de bajas temperaturas y lluvias. ¿Cierto o leyenda urbana, en este
caso rústica? No sé, aunque la normalidad en esta época es que, haga frío o
calor, el barbo se muestre generoso con nosotros en forma de múltiples picadas.
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