Oigo, veo y
leo en diferentes medios, sin poder salir de mi asombro, que el más furibundo
ecologista que han conocido los tiempos, cual Atila moderno, no para de
pontificar y de exigir que se cumpla la última sentencia del Tribunal Supremo
que exige, no ya el exterminio de los peces mal llamados desde mi humilde punto
de vista “exóticos” (aunque sólo sea por la cantidad de años que llevan entre
nosotros: la carpa, como ejemplo, simplemente unos 2000 años de nada), sino la
taxativa prohibición de su simple pesca y que se castigue este incumplimiento
con hasta 3 años de pena de cárcel —sí, leéis bien... ¡de cárcel!— y ya de paso
adorna esta incongruencia, rayana en lo grotesco, con lindezas del tipo: que el
daño económico y social aparejado a esta sentencia no le importa ni es de su
incumbencia.
También me
asombran las risas y carcajadas que se oyen allende nuestras fronteras
provenientes de ecologistas, éstos sí seguramente más informados y mejor
documentados por lo visto, sobre el desatino que se está perpetrando en
nuestras aguas. Europa, continente moderno y avanzado, que se adapta al devenir
de los tiempos, donde en muchos países a estos peces exóticos se les ha
concedido desde hace años la carta de naturaleza por sus valores económicos,
deportivos y porque informes ictiológicos contrastados han demostrado también
que no hacen mal alguno, sino al contrario, al “actual” entorno natural al
haber cambiado completamente el nicho ecológico donde ahora viven, muy distinto
del que hace años era el hábitat de los peces autóctonos, que, por cierto,
también hacen más por estos últimos (peces autóctonos) en estos países “civilizados”,
ya que, aquí, la única medida viable que aportan estos ecologistas precursores
del recurso al Tribunal Constitucional (algo con lo que no toda la generalidad,
ni de lejos, de este colectivo está de acuerdo, algo digno de mención) es
acabar por cruel aniquilación, sin importar los medios, con unos para que los
otros, por ensalmo divino, supongo, vuelvan solos a poblar las aguas.
Recordemos lo que gritaban los absolutistas españoles a la vuelta del infausto Fernando
VII del destierro: ¡Vivan las cadenas! Así aborrecimos del progreso, y así
seguimos.
Y, por
último, una simple pregunta a los ecologistas que tan sesudos informes han
realizado para lograr exterminar las especies “exóticas”: teniendo en cuenta la
descomunal capacidad reproductiva del cangrejo americano, por ejemplo, ¿cómo
cojones se van a erradicar si se prohíbe su pesca?
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