Esta tarde he decidido pasar la tarde pescando, cómo no, en mi querido pantano de Alarcón. El resultado de esta decisión se puede calificar de agri-dulce, ya que las capturas han sido pocas -concretamente sólo seis-, el tiempo no ha acompañado debido al fuerte viento, y me han ocurrido, en tan sólo 3 horas de pesca, más desgracias que en muchas temporadas pasadas.
El inicio prometedor. Después de cebar a 25 metros para pescar a la inglesa, a los pocos minutos... picada, clavo y del carrete empieza a salir hilo de manera rápida e incesante, lo que me indica que la pieza debe ser de buen porte, parándose el pez cuando llevaba más de 50 metros recorridos, pudiendo, poco a poco, aguantando sus embestidas, hacerme con la pieza, que resulta ser una bonita royal de más de 4 kg, que resulta ser mi récord personal de ciprínidos en este pantano. Sin lugar a dudas, no es una pieza excepcional para otras masas de agua, pero para este pantano es una captura de muchísimo mérito.
Pero... ¡Ay, amigo! ¡Cómo se tuercen las cosas! Al siguiente lance sufro un enganche, doy un fuerte tirón para soltarlo, y parto mi querida inglesa por la mitad. ¡Mecagüen la p...!
Cojo la otra caña de inglesa, me pica otra carpa y, ¡la muy p... se me va a unos matojos! Fuerzo para sacarla, se me rompe el sedal y pierdo veleta y montaje completo. Hago otro montaje, me pica otra, la acerco a la sacadera, la cobro y al subirla da un fuerte coletazo y me rompe el aro de la misma. Y, por último, después de pescar la última de la tarde, al irme a limpiar con uno de los trapos que tengo para dicho uso, sufro un pinchotazo con un alfiler que había escondido en el paño que me atraviesa hasta el hueso. Supongo que esto será la venganza del dios de los ciprínidos, a los que tanto atosigo. O algún amigo que me está haciendo vudú. ¡Vete tú a saber! Así que, viendo el percal, decido abandonar el escenario antes de lo previsto y volver en ocasión más propicia.
Resumiendo: bueno (récord de carpa); malo (récord de desgracias).
Pero... ¡Ay, amigo! ¡Cómo se tuercen las cosas! Al siguiente lance sufro un enganche, doy un fuerte tirón para soltarlo, y parto mi querida inglesa por la mitad. ¡Mecagüen la p...!
Cojo la otra caña de inglesa, me pica otra carpa y, ¡la muy p... se me va a unos matojos! Fuerzo para sacarla, se me rompe el sedal y pierdo veleta y montaje completo. Hago otro montaje, me pica otra, la acerco a la sacadera, la cobro y al subirla da un fuerte coletazo y me rompe el aro de la misma. Y, por último, después de pescar la última de la tarde, al irme a limpiar con uno de los trapos que tengo para dicho uso, sufro un pinchotazo con un alfiler que había escondido en el paño que me atraviesa hasta el hueso. Supongo que esto será la venganza del dios de los ciprínidos, a los que tanto atosigo. O algún amigo que me está haciendo vudú. ¡Vete tú a saber! Así que, viendo el percal, decido abandonar el escenario antes de lo previsto y volver en ocasión más propicia.
Resumiendo: bueno (récord de carpa); malo (récord de desgracias).
Comentarios